Jastagsaludmental: A caballo desbocado entre una declaración de objetivos a lo Jerry Maguire y una terapia para no pensar en el Vértigo.
Según e INSS aka. @sanidadgob el estrés, la ansiedad o la depresión no son motivo de incapacidad laboral.
Para quien no lo sepa, lo que llamamos coloquialmente "baja" es una incapacidad temporal (laboral) y cuando se prolonga más de doce meses (o hasta dieciocho), se valora si esa incapacidad es, por lo tanto, permanente.
"Permanente" no significa "hasta el día de tu muerte" (aunque hay patologías graves e irreversibles). Significa que, de momento y salvo que pase algo extraordinario, tu patología y sus síntomas no van a mejorar en los próximos años y se valora en qué medida afecta a tu capacidad para trabajar.
Esto es para poneros en antecedentes.
Dicho esto: ahí estás tú, de repente, frente a una supuesta psicóloga (y digo "supuesta", porque dudo seriamente de que lo fuera y lo digo con pleno conocimiento) de la mutua Umivale, que en una entrevista de unos diez minutos tiene que determinar si la baja es por enfermedad común o causada por el trabajo. Me hace algunas preguntas personales, le comento que he tenido otros episodios de ansiedad y depresiones, cuyo origen es otro, pero que en trabajos o situaciones de mucho estrés es cuando se dispara, se descontrola y tengo que medicarme. Parece subrayar con fuera lo de "cuyo origen es otro", porque cuando me pregunta "¿Y qué tal en el trabajo?" y le empiezo a contar el infierno que vivo desde hace meses, me corta a los...¿dos minutos? y me dice tajante: "Bueno, bueno, eso ya lo contarás en terapia. Es que tenemos poco tiempo y esto es solo para una valoración inicial". Mi cara es un poema (de terror), me da un libreto de unas cuarenta páginas y mientras comenta al aire que "ha habido mucha gente de las oficinas (de Bankia y CaixaBank) en mi situación" y que "al parecer ha sido una locura", me dice que conteste el test en la sala de espera.
Tardo casi 45 minutos (escribo los dígitos, porque impacta más) en acabar el test. Preguntas como: "¿Crees en los ovnis?" parecen ser más importantes para determinar su una patología está causada por el trabajo o por un agente distinto. En cuarenta y cinco minutos de vergüenza ajena, rabia reprimida y confusión (estuve a punto de tirar el test a la basura y marcharme), podía haberle explicado que no cogía la baja porque me vinieran a la mente "traumas" de la infancia. Cogía la baja, porque la simple idea de atender a un solo cliente más, soportar las broncas (jamás felicitaciones o agradecimientos) de la empresa, o dedicar tiempo a acabar ciertas tareas fuera de mi horario, por responsabilidad personal, que nunca se me iba a pagar como extra, me provocaba NÁUSEAS. Asco. Dolor de cabeza. Diarrea. Picor en la piel. Ira. Ideas suicidas.
Y es que, en ese cuarenta y cinco minutos de test, que era una auténtica BURLA, le habría podido explicar a la psicóloga (que no es psicóloga; pongo la mano en el fuego) que llevaba casi veinte años trabajando en call centers. Que llevaba dos EREs a mis espaldas y cobrando menos de paro gracias a Rajoy, que sabía perfectamente que eso nos "incentivaría" a buscar empleo. Que nuestro trabajo es de los peores pagados y de los más duros, junto con la hostelería y la agricultura. Que en esta bendita empresa, MST Expert Knowledge (les encanta ponerse nombres que compensen sus carencias), no nos pagaban una nómina bien desde el mismísimo día 1. Que tuve que pelearme innumerables veces con unos departamentos y otros, casi literalmente, porque cuando cogíamos vacaciones no nos pagaban pluses de idiomas o de domingo, incumpliendo uno de los artículos del convenio.
Le habría contado mil anécdotas de cómo nos cambiaban de funciones o de tareas sin apenas formación cada dos por tres, por "necesidades del servicio" (a día de hoy, y mira que ha pasado tiempo, aún, a veces, me sobresalto cuando suena un teléfono); de que fui yo el que tuvo que explicarle en varios e-mails a Planificación cómo tenían que pagarme la nómina; le habría contado que pasaba verdadera vergüenza cuando llamaba un cliente preguntándome algo de lo que yo no tenía ni la más remota idea. El cliente, si es un poco prepotente, se queda a gusto llamándote "inepto" y pidiendo hablar con un "superior" (como si ese fuera a ser un directivo de CaixaBank o un Licenciado en Economía) y tú te llevas la ansiedad a casa.
Le habría hablado sobre los últimos meses de explotación laboral, estrés extremo diario, cientos de correos, Twitters, whatsapps y comentarios de la App por responder, sin gente suficiente para gestionarlos (porque si había llamadas, eran "prioridad" y había que atenderlas...pero luego te decían que qué había pasado con Twitter. Esto ocurría en bucle, una y otra vez), dejándonos la piel por responsabilidad personal y por querer hacer las cosas bien para intentar compensar la planificación más lamentable que he visto en una empresa en toda mi vida. Contestas Twitters, mientras coges una llamada para hablar con un cliente en inglés (enfadado; siempre lo están y con razón), mientras contestas un chat, que es en tiempo real (es como hablar con dos clientes a la vez, con un teléfono en cada oreja), mientras ves cómo hay compañeras que no hacen excepto preguntar y marear, quejándose de todo pero sin resolver nada, mientras intentas leer los cincuenta o cien correos pendientes internos con novedades o cambios de procedimientos sobre la marcha, mientras ejerces funciones de coordinador (organizador) porque los coordinadores tienen que ponerse a coger llamadas de clientes, es decir, hacer de agentes, mientras te das cuenta de que te estás haciendo sangre en el brazo de tanto rascarte desde hace un buen rato. Y todo esto en el contexto de la fusión de CaixaBank con Bankia, con cero (repito, CERO) minutos de formación, con taquicardias en cada llamada, porque las dudas son constantes, pero no los cordis no pueden atenderte y tienes al cliente llamándote, literalmente, inútil. Ante lo cual, cuando te da por llorar en el baño, algún iluminado te aconseja que "no personalices". Que no te tomes como algo personal que alguien te grite "retrasado" por teléfono, o "no me extraña que estés ahí en vez de en un trabajo de verdad (literal)". Alguien que te llama un domingo por la mañana para hacer una gestión que sabe que solo se puede hacer en la oficina, porque consta que ya lo han remitido varias veces. Pero le apetece llamar y descargar su ira con el que coja el teléfono.
Pero esa conversación no ocurre jamás, ni lo cuentas jamás. En vez de eso, comienza una verdadera odisea por mantenerte cuerdo, por no pasar de los 160 kilos que coges de tanta silla, tanto estrés, tanta intensidad y tanto veneno. Que hay gente que no entiende aún lo compleja que es para algunas personas la relación con la comida, porque casi todo el mundo, menos el asceta, tiene un clavo al que recurrir cuando siente que nada tiene sentido: fumar, jugar, beber, controlar a la pareja, soltarlo todo a gritos en un campo de fútbol, subir selfis a Insta o a X con hambre de Likes. La diferencia es que necesitamos comer. No PUEDES dejar de comer. Lidias con todo el dolor físico y mental que supone castigarte a ti mismo dándote un atracón o dejando de comer, lidias con la obsesión por pesarte: antes de comer, después de comer, antes y después de ir al gym o al baño.
Y, mientras tanto, procuras por todos los medios no enfadarte tú, no dejarte llevar por el estrés, no pagarlo jamás con nadie (como te prometiste que harías, porque no quieres ver a tu padre al mirarte al espejo) e intentas mantener la calma. Ante los ladridos constantes de los perros del vecino, de haber aguantado los ladridos sin cesar durante horas en Nochevieja, habiendo trabajado además ese día. De escuchar continuamente gritos y voceríos, arrastrar muebles, dejar caer pesas al suelo y escuchar cómo ruedan pesas de gimnasio. Llantos de niños. Obras. Ruido y contaminación.
Consigues sobrevivir un año, que es lo que tardan en asignarte una psicóloga en la SS, a base de pastillas de intentar alimentarte bien, hacer ejercicio y consigues adelgazar 35 kilos por tus propios medios. Todos ellos luego te felicitan, pero cuando les dices que estás estancado, que necesitas ayuda, que te den recursos...Te hablan de la fuerza de voluntad, del Saxenda (estando de baja, costando 200€ porque a menos que seas diabético no está cubierto por la SS), te dibujan un plato con un lápiz en un papel, te sacan una dieta de 1500 calorías, cuando deberías empezar por 2500. La psicóloga te dice ya, en la primera sesión, en tu cara, que hay un límite de sesiones y que, para entonces, "tendré que estar bien".
Pero de nada sirve cuando te topas con El sistema. De nada sirve que adelgaces 35 kilos en un año y con análisis perfectos, si al llegar a la consulta no tienen una báscula que recoja tu peso (primera consulta, en el Grao), te hablan de operarte tras enumerarte todas las "complicaciones" que puede conllevar la obesidad, haciéndote ver que estás en un caso de extrema gravedad, pero luego les preguntas si hay consulta de nutricionista como tal, y te dicen que sí, pero solo para casos...extremos. Te sacan en papel (porque la modernísima herramienta del e-mail no ha llegado a la SS) la dieta restrictiva temporal que cualquier profesional sabe ya, a día de hoy, que es contraproducente. Te hablan de la Saxenda, como decía antes. Le dices que mientras tengas fuerza y salud quieres perder grasa, pero no músculo, hacerlo poco a poco para evitar el efecto rebote y los picos de insulina, cambiar hábitos. Que es como lo has hecho durante un año, que te ha ido muy bien, pero que estás estancado y que por eso pides ayuda. Y sales llorando de la impotencia, porque su respuesta es que "en diez minutos de consulta no te puede dar clases de nutrición". Que ella no puede hacerlo por mí, que depende de mí. Que si ya me sé la teoría y no la aplico, no me puede ayudar, dice.
Te alejas de todo y de casi todos. Conviertes tu vida en una obsesión por "estar bien", porque, como el Capitán Garfio, te sientes perseguido por el cocodrilo del trabajo remunerado y productivo, de ser un adulto funcional. De que la propia psicóloga que tiene que tratar tu ansiedad pulse el botón de la cuenta atrás mientras sonríe. Dedicas gran parte de tu tiempo a recabar datos, pruebas, diagnósticos e informes que puedan demostrar que no te inventas nada, que no es la primera vez, que ya eras un adolescente con ansiedad, sí, pero que las crisis vienen siempre por el contexto laboral; que la fuente era mi padre, del que nadie me protegió tampoco, tampoco con el paso de los años para compensar las carencias económicas o afectivas, ni las depresiones que me asaltaban (como verdaderos forajidos del Oeste) cuando yo ya gastaba toda mi "fuerza de voluntad" y toda mi energía, que yo creía inagotable, en "conseguirlo": Flashdance, Disney, Billy Elliot, el American Dream, el Querer es poder, Emprender, las Meditaciones de Marco Aurelio. Y, mientras tanto, años haciendo malabares para trabajar, intentar estudiar, cambiar mil veces de piso, de trabajo, de proyecto de vida, de estudios, haciéndolo todo, pero a medias, repitiéndome "ánimo, tú puedes, no van a poder contigo". Pero no soy Gandalf, soy Sísifo. Nonofo, más bien.
No voy a entrar en detalles sobre mi vida. Ya lo haré y será con libertad y sin miedo. Solo diré que sentir continuamente que tu existencia consiste en una lucha constante contra ti mismo y contra las circunstancias que, por mucho que te esfuerces, no puedes cambiar, es sencillamente agotador. Y que tanta gente lo haya visto desde fuera como un "es que David no tiene claro lo que quiere", "no acaba lo que empieza", "con lo listo que tú eres, qué haces trabajando ahí", "sácate una oposiciones", lo único que ha conseguido, con el paso del tiempo, es alejarme de la gente. Porque sí que tengo muy claro lo que no quiero, y muchas que quiero y que me hacen sentir vivo, me hacen sentir bien. Lo he tenido mucho más claro que la mayoría de la gente que he conocido en mi vida, de hecho. Gente que me ha tratado con condescendencia por no tener piso propio o coche o carrera o "pareja estable", cuando algo así aún era posible en mi generación, si habías tenido la suerte del apoyo familiar, claro. Gente que lo ha tenido bastante fácil (con sus problemas, no diré que no), que se hace sus buenos viajes todos los años, tiene su seguro privado y que con una cerveza en la mano son de izquierdas, pero que buscan pisos para comprar y poder vivir de las rentas, porque son "una buena inversión", días después de que tú les hayas contado que has tenido que ir a Servicios Sociales a pedir una ayuda de emergencia de 400€ y que no encuentras un alquiler que te puedas permitir, o con personas que te inspiren una mínima confianza.
Y dediqué gran parte de ese segundo año, prórroga del INSS incluida, a recopilar todo tipo de datos e informes, que es lo único que les importa, incluso los que aún estaban en papel y que la administrativa del Centro de salud mental de la Malvarrosa, la peor y más antipática profesional que me he topado durante toda esta odisea y a la que tuve que pedirle los informes del año 98 a través de la Agencia de protección de datos, porque no entendía ni lo que yo le estaba pidiendo.
Pero de nada sirve cuando te topas con El sistema. De nada sirve que adelgaces 35 kilos en un año y con análisis perfectos, porque en la consulta de la endocrina no tienen báscula que recoja tu peso (eso ocurrió en el Grao, primera consulta), te hablan de operarte, te sacan en papel (aún no conocen la modernísima herramienta del e-mail) la dieta restrictiva que cualquier profesional sabe ya, a día de hoy, que es es contraproducente, te habla de las bondades del Saxenda. Le dices que, mientras tengas fuerza y salud, quieres perder grasa, no músculo, hacerlo poco a poco para evitar el efecto rebote de los picos de insulina y cambiar hábitos a largo plazo. Y sales llorando de la consulta de pura impotencia, porque su única respuesta es que en diez minutos de consulta no puede darme clases de nutrición, que soy yo el que tiene que hacerlo, que no lo puede hacer por mí. Como si le hubiera hablado a un androide.
Tras varias charlas interesantes, emotivas a veces, con la doctora de la mutua y con mi médica de cabecera, la Dra. Panadero (fue gracias a ambas que fui capaz de sobrevivir a este largo proceso de...¿curación? ¿descubrimiento? ¿frustración constante? en lo que a terapia se refiere, en lo profesional y en lo burocrático), llega el día del segundo tribunal (es decir, cuando el INSS tiene que decidir, con los informes de psiquiatra, mutua y psicóloga, si la incapacidad es permanente y en cuál de los cinco grados (cuya existencia parece meramente decorativa, porque no lo tienen en cuenta para nada) y, para sorpresa de nadie, me la deniegan. Voy a la mutua a preguntar si tenía que seguir yendo o si me anulaban la siguiente cita y me encuentro con la doctora, que, de repente, me mira con recelo ("a mí no vengas a darme explicaciones"), como si yo hubiera ido allí a pedir algo o reclamar, y cuando ve que no es ese el motivo, su mirada vuelve a ser la misma que me dedicaba desde hace dos años y me suelta "bueno, esto te puede servir de empujón" (se refería a estar en paro). Yo estaba mejor que hacía dos años, sí. Pero no estaba bien y ella lo sabía. Rajoy wins.
Con la psicóloga, a pesar de que llegó con un año de retraso (con la pandemia, mucha gente descubrió que había muchas cosas en su vida que no estaban bien y se puso a...¡pensar!), hubo sesiones muy útiles. No falté a ninguna, le di las gracias varias veces, porque me dio recursos y consejos realmente buenos. Pero...¡ah, El sistema! Llega la que yo sospecharía que sería la última sesión (ya estaba dado de alta por el INSS; ya no era un enfermo, era un parado) y, cual Jekyll y Hyde, se muestra indignada, casi enfadada, porque no había cumplido "los deberes" que me puso hacía un mes y medio, que era ir todas las tardes a la biblioteca a estudiar. Mes y medio en el que pasó de todo y sentí de todo. Se cruza de brazos y, en tono de reprimenda de Primaria, me explica que no puede hacer más por mí si no me implico. Durante unos segundos me quedo paralizado, incrédulo. Pero ya me he enfrentado al Miedo miles de veces. No solo al mío, sino al de los demás, en formas a veces inesperadas. Ya sé Ver lo que hay detrás. A veces, cuando alguien me habla desde el miedo o desde el enfado, no escucho ni las palabras, solo me centro en el tono. El caso es que le replico, con calma y desde la seguridad y la decepción, que no se le ocurra intentar hacerme sentir responsable de que vayamos a dejar las sesiones, para justificar de alguna forma en su informe lo que de todas formas iba a ocurrir, ahora que, según el INSS, yo estaba perfectamente. Se queda callada, mirándome fijamente. Sigo hablando y hablo y hablo y le digo que, a pesar de todo, le agradezco lo que ha hecho por mí, pero que me siento profundamente triste y decepcionado. Que lo ponga en su informe final. Ella me reconoce entonces, mientras aparto la silla ya para levantarme, que es lo que hay, que hay un límite, unos "toques" desde arriba, que ya me lo avisó desde el primer día (eso es cierto). Que en la pública lo que se usa es la terapia cognitivo-conductual (que a mí y esto se lo dije yo también desde el primer día, no me sirve de nada, porque en lo cognitivo soy la ostia, pero el hilo hacia lo conductual está cortado desde hace años). Que otras terapias me vendrían bien. Que tampoco puede aconsejarme a nadie por privado (pero el Saxenda que vale 200€ al mes, o pomadas y cremas en Dermatología no cubiertas por el seguro, estando tu de baja o en el paro, eso al parecer sí que está permitido). Que buena suerte, me dice. Me viene fugazmente a la mente el psiquiatra, sus intentos de charla Ted de cinco minutos y sus discursos sobre el esfuerzo y me entra urticaria. No es una metáfora.
De modo que, según el INSS, la máxima autoridad sanitaria en España, tú puedes perfectamente trabajar en un call center durante toda tu vida, rodeado de otras cien personas hablando o gritando a la vez, cada cual en su cubículo, sentado en la silla más barata que encontró la empresa, con los brazos y el cuello en tensión durante horas, atendiendo llamadas que en el 90% de los casos implican gritos o enfados de los clientes, mientras te sobrevienen los vértigos, las taquicardias, dolores musculares constantes, migrañas, trastornos de la alimentación, tensión alta, eccemas inexplicables en la piel, cambios de humor, ansiedad social, insomnio, úlceras o, sencillamente, perder las ganas de vivir. No son los psiquiatras, psicólogas o médicos de la mutua los que deciden si estás bien o no: es el Estado. Y, teniendo en cuenta que las cosas no van a cambiar de un día para otro y que siempre hay dinero para todo, menos para lo importante que la gran mayoría reclama y que son los cuatro pilares básicos del Estado del bienestar: sanidad, educación, pensiones y servicios sociales, para el Estado estás bien. TIENES que estar bien. HAY que trabajar, cotizar, aportar, blabla. Me escuecen los oídos cuando escucho sobre amnistías a empresarios y banqueros que se han llevado millones de euros a paraísos fiscales en el extranjero, que son los mismos que llevan la pulsera rojigualda y advierten aquello de que "el que algo quiere, algo le cuesta". Si yo tuviera "personal coach", psico y fisioterapeuta una vez a la semana, nutricionista privada y tiempo de sobra para escribir, estudiar, viajar y disfrutar de aquello que me haga feliz, sin necesidad de vender mi tiempo y mi salud para el enriquecimiento de terceros, ¿me costaría menos sentirme vivo, contento e ilusionado y dejar de tener ese sabor a ceniza en la boca constante? Suena bastante probable.
Nos OBLIGAN a soportar condiciones que nos enferman a cambio de un sueldo con el que ya ni siquiera puedes poseer una vivienda (ni alquilarla tú solo) o una existencia digna. Y tienen la cara dura de querer convencernos de que hay que ser fuerte, "resiliente", ESTOICO (qué conveniente esta filosofía, que se ha puesto de moda, para este sistema al que le interesa que nos sintamos desligados de las causas) y de que las "cosas" no están mal: eres TÚ el que no sabe afrontarlo. La generación de cristal, los ofendidos...Todo lo que conlleve alzar la voz ya parece suponerles un peligro. Y esta supuesta generación abarca desde los doce a los setenta años.
Pero os digo una cosa. Ya estoy dejando las pastillas y no porque lo diga el INSS (te dan el alta, pero de las cinco pastillas al día que te arreas no te dicen ni mu): me está costando mucho, tengo días realmente terribles, de mono: vuelve el bruxismo, los vértigos, los enfados repentinos, que el más mínimo ruido o luz me moleste, la fatiga. Pero si esto va a ser de verdad una guerra, si de verdad toca luchar toda la puñetera vida, que me pille despierto. Soy sensible, sí. Odio la muchedumbre, los ruidos, no soporto los gritos, lo áspero, lo ruin, lo venenoso. Pero es gracias a eso que también puede verlo venir con mayor antelación. Puede evitarlo, ahora sí. Hay personas a las que ya he decidido no ver, trabajos que he decidido no hacer, conductas propias que he decidido rechazar, aceptar o perdonar. Pero nadie ya me va a convencer de que hay que normalizar la enfermedad. Es una sociedad enferma. Hay trabajos que enferman. Hay personas que agreden y que ofenden, porque se sienten violentadas continuamente. No es "mi percepción", ni se ofende el que quiere. Si me consigo adaptar a lo tóxico, hay gente que sacaría a relucir que es porque, de pequeño, tenía eso que ahora llaman "altas capacidades". Pero, si no consigo adaptarme, acabo siendo alguien con "discapacidad". Mejor os vais a engañar a otro. O a tomar por culo, lo que os pille más cerca.
Pero "jastagsaludmental", ¿eh? INSS, endocrinos, psicólogas, médicas motivacionales de las mutuas, empresas como MST Conocimiento Experto con diploma de excelencia en Atención al cliente (y varias denuncias de sus ex-mejores empleados), bancos como Caixabankia, hijos de papá abriendo empresas por su cumple con dinero que no se han ganado con esfuerzo alguno, incluso no declarado, dando la chapa en TikTok con lo de emprender y lo mucho que han luchado para abrir una hamburguesería "de autor". En vuestro Insta, en X, en LinkedIn, cuando vais a vuestros congresos a lameros los culos como hienas. Ahí que no falte nunca el
JASTAGSALUDMENTAL
Comentarios
Publicar un comentario