Ángeles oscuros (en busca del pasado), [prólogo para PJ de AD&D 3.5]
- Acércate, Taarik, hijo mío – te
susurra tu madre desde su lecho de muerte -. He de contarte toda la
verdad antes de que sea demasiado tardes para ambos.
Intentas
reprimir el profundo sentimiento de tristeza que te domina, pero al
fin no resistes más y rompes a llorar abrazado a ella. Empieza a
acariciar tu largo y enmarañado pelo hasta que te calmas y miras a
sus profundos ojos azules.
-
Durante todos estos años te he estado ocultando parte de la
historia, porque eres una persona muy inexperta e impulsiva. Temía
que te marcharas.
-
Madre, yo… - empiezas a disculparte, pero ella te pone el dedo
índice en los labios, mientras niega con la cabeza.
-
Lo sé, lo sé. Pero ahora debes escuchar, me queda poco tiempo y...-
de repente, una sofocada tos empieza a ahogarla con fuerza. Las
puertas se abren de par en par, dejando pasar una fresca brisa que
apaga las velas. Te apresuras a encenderlas de nuevo y vuelves a
sentarte, con expresión impaciente, a su lado. Tu hermosa madre, la
que siempre ha cuidado de ti, la que te ha enseñado a inflingir una
ley cuando es injusta y a cumplirla cuando ayuda a mantener el orden;
la que te ha instruido en el arte de la música, la que te ha
enseñado el valor más importante, el amor: abre los ojos de nuevo,
lentamente, y comienza su relato:
“Como
ya sabes, nací en una de las mayores cuidades de todos los Reinos:
Calimport. También es el mayor cúmulo de pobreza, miseria y crimen.
Me crié en un ambiente de intriga y constantes puñaladas por la
espalda; solo el cariño que me profesaba mi hermano logró que no
cayera en el pozo de la oscuridad y el vacío. Un fatídico día,
mientras cruzábamos el bosque de Mir en un largo viaje de comercio
hacia Westgate, sufrimos una emboscada de elfos oscuros de los que ya
te he contado alguna cosa. Todos los comerciantes murieron en sus
manos: mujeres, niños y ancianos. Yo logré escapar pero, mientras
huía, uno de los drow, un niño de aproximadamente mi misma
estatura, me descubrió y me apuntó al cuello con su mortífera
ballesta. Algo ocurrió cuando cruzamos nuestras miradas, una especie
de complicidad. Pero algo nos frenaba. Cuando los gritos de los otros
drow se aproximaban, él bajo su ballesta y salió corriendo.
A
partir de entonces viví con mi hermano, la única familia que me
quedaba. Él ganaba lo suficiente con su negocio de herbolario y yo
acostumbraba a vaciar los bolsillos de ricos y prepotentes
comerciantes. Tu tío Jabba me ayudó mucho. Si algún día te
encuentras con él, sé totalmente sincero. Probablemente sea una de
las pocas personas en las que puedas confiar de aquí en adelante.”
Asientes
con la cabeza, ansioso por escuchar lo que pasó con el pequeño
drow.
“Al
cabo de unos meses, una noche de invierno, alguien llamó a mi
ventana. Me levanté despacio y me acerqué. Allí estaba él: el
mismo muchacho de piel oscura y ojos confusos que apartó su moral
aquel fatídicio día. Me hizo un ademán para que le siguiera, sin
mediar palabra y yo, no sé por qué, confié totalmente en él.
Pasamos la noche en u oscuro rincón de los muelles y no dijimos
nada, absolutamente nada. Solo nos mirábamos y eso bastaba para
comprendernos mutuamente. Me acarició la mejilla, acercó sus labios
a los míos y entonces supe que me había enamorado de él.”
Hace
una pausa para tragar saliva, le acercas la copa de vino y tras un
sorbo, prosigue con esfuerzo.
“Pasaron
los años y fuimos aprendiendo la lengua del otro. Hablamos de
nuestros sueños, de nuestras desgracias y de la frustración que
suponía vivir en una sociedad a la que no sentíamos pertenecer. Los
dos nos arriesgábamos mucho cada noche, cuando surgía de cualquier
sombra y me ofrecía su luz. Per no nos importaba: nuestro amor era
auténtico y nosotros, jóvenes idealistas…”
Zheileen,
tu querida madre, te mira fijamente:
-
Y ese amor dio su fruto: tú, mi ángel -. Te acaricia el rostro con
extrema dulzura y, súbitamente, como si algún pensamiento nefasto
la hubiera arrancado de su ensimismamiento, empieza a sollozar
débilmente y, mirando al techo, habla con gravedad.
“Una
noche, mientras tu padre jugaba contigo y yo te zurcía una pequeña
túnica con capucha, alguien llamó a la puerta. Tu padre y yo nos
miramos atemorizados, ya que tu tío no conocía nuestra relación.
Se ocultó contigo en el armario y yo me disponía a abrir la puerta,
cuando ésta fue derribada de un golpe y vi, horrorizada, a tu tío
Jabba con una daga al cuello. Un elfo oscuro le sostenía fuertemente
y me miró con odio.
-
¿Dónde está? - preguntó en Común.
Titubeé
y no supe qué decir. Mi hermano sudaba copiosamente y sus ojos
desorbitados me interrogaban.
-
¡¿Dónde está?! - volvió a gritar y un hilillo de sangre apareció
en la garganta de Jabba. Fui a abrir la boca y, en ese instante, la
puerta del armario se abrió y tu padre avanzó con firmeza, con una
mirada que expresaba una rabia y un dolor inimaginables.
-
Aquí estoy – le dijo en su lengua natal y se acercó a él
lentamente. En cuanto estuvo a su alcance, el misterioso drow le
abofeteó con la mano izquierda y su mirada se dirigió a mí. Esbozó
una sonrisa maléfica.
-
Pagarás por esto, zorra – me
soltó y noté que tensaba los músculos del brazo, dispuesto a
degollar a mi hermano mayor. Cerré los ojos y entonces se oyó el
llanto de un bebé, proveniente del armario. El elfo oscuro parecía
entre asqueado y horrorizado y tu padre aprovechó su desconcierto
para propinarle una fuerte patada en los genitales. Aún acurrucado,
recibió acto seguido un codazo de tu tío en la cara, aprovechando
la oportunidad.
-
¡Huye, Zheileen, huye! - me gritó desesperadamente tu tío. TE cogí
entre mis brazos y abrí la ventana dispuesta a saltar. Me giré y
los ojos de tu padre se clavaron en los míos. Una lágrima resbalaba
por su mejilla, pero...¡Oh, Tymora! Parecía tan frío...Todo su
amor parecía haberse evaporado de repente.”
Tu
madre se echa a llorar descontrolada. Le acercas de nuevo el vino y
se moja los labios.
“Huí
al galope y lo más lejos posible y acabé aquí, en este
insignificante pueblo, lo suficiente para pasar desapercibidos, pero
lo bastante grande como para aceptarnos tanto a ti como a mí. Bueno,
ya sabes lo bien que se han portado con nostros…”
Su
respiración se entrecorta y su voz es cada vez más débil pero,
a pesar de todo, mantiene esa cálida sonrisa que la caracteriza.
-
Acércate más, pequeño – te dice melosamente. A petición suya,
la ayudas a incorporarse en el camastro. Se echa las manos a la nuca
y se quita un colgante que te deja asombrado por su belleza. Es un
cordón de plata al que va unido un disco ovalado de un metal negro
que nunca antes habías visto. Engarzada en el disco brilla una joya
de un extraño tono rojizo. El efecto que produce es el de una
pequeña llama que chisporrotea en el corazón de la joya. Te das
cuenta de que en el dorso del disco está inscrita la palabra
“Laebos”. Tu madre te hace un gesto para que te acerques y te lo
coloca alrededor del cuello.
-
Lleva este colgante siempre contigo. Es un regalo que me hizo tu
padredurante una de aquellas noches románticas bajo la luna de
Faerûn. Él te reconocerá cuando lo vea. No lo pierdas.
-
¿Pero cómo le encontraré? ¿Cuál es su nombre? - le preguntas un
tanto abatido.
Zheileen
se recuesta de nuevo sobre el lecho y cierra los ojos, visiblemente
agotada.
-
Busca a tu tío en Calimport y él cuidará de ti, si es que aún
vive. Solo él sabrá lo que pasó cuando yo me di a la fuga. Si tu
padre aún vive y te encuentras con él, dile que le quiero, que
siempre le he querido que algún día nos reuniremos. Su nombre
es...su nombre...- exhala su último suspiro, descansando la cabeza
sobre la almohada.
Cruzas
sus brazos sobre el pecho y tras rezar a Oghma y a Tymora para que
cuiden de ella, te echas a llorar para desahogar tu dolor. Sigues sin
comprender el motivo de la extraña enfermedad que ha ido consumiendo
su vida desde hace semanas…
Esa
misma noche, después de incinerar el cuerpo en lo alto de uno de los
túmulos que rodean la villa, como ella deseaba, regresas a casa y
preparas tu mochila para partir al amanecer. La comida que llevas es
escasa para tan largo viaje y sabes que será un problemaen el
futuro. Te llevará casi dos meses atravesar el bosque Gulthmere, los
picos de Orbrekh y las temidas Llanuras Resplandecientes, hasta
llegar el primer pueblo civilizado, Arsam.
Al
despuntar el alba, cierras por última vez la puerta de tu casa y te
diriges a las afueras del pequeño pueblo pesquero. Las anchas casa
de piedra y los caminos empedrados se despiden de ti con inusitada
solemnidad. Por un lado, echarás de menos tu vida apacible, pero,
por otro, estás deseando recorrer el mundo. Te despides de Farris el
panadero y de Gader el herrero, que observan tu salida con respeto,
incluso puede que con admiración.
Rezas
por última vez al pie de la lápida de granito que preparaste para
la tumba donde están enterradas las cenizas de tu madre. Reprimes
una lágrima, prometiéndote a ti mismo ser fuerte y valiente en tu
soledad, conseguir el respeto en todos los Reinos, la fama. Te
levantas lentamente del sucio suelo, una rodilla y después otra, y
echas la capucha sobre tu cabeza, mientras te encaminas rumbo al
suroeste, con el tórrido sol vigilando tu espalda…
*
* *
Llevas
andando casi tres días desde que abandonaste tu antiguo hogar.
Apenas has parado excepto para comer o un breve descanso. Estás
empezando a aburrirte de que el único paisaje a tu alrededor sea el
desolado páramo y las monótonas colinas, tan frecuentes en esta
región. Sientes la impaciencia de tu flauta por encontrar lugares y
héroes y heroínas y magia dignos de una buena canción.
Al
atardecer, cuando la sangre de Sune parece ahogar lo desconocido son
sus infinitos brazos, divisas una mancha verde en la lejanía.
Sientes cómo tus ánimos se renuevan pues, tras caminar unos horas,
te das cuenta de que te estás aproximando a la linde septentrional
del mágico y peligroso bosque de Gulthmere. Desde la distancia no
parece más que una serue de altiplanicies salpicadas de cedros y
pinos, pero a medida que te adentras en él, te das cuenta de la
irresistible fuerza que desprenden los árboles y el bosque entero,
como si dos ojos gigantescos lo divisaran todo desde algún lugar en
el cuelo. Boquiabierto ante la coloración del bosque, no adviertes
cómo Selune tiende sus cabellos de plata y cubre con ellos la noche.
La oscuridad de esta parte del bosque resulta agobiante: la
proximidad de unos árboles a otros, que parece abrazarse con sus
ramas horizontales y sus puntiagudas hojas y cuyas copas dejan pasar
solo una ínfima parte de la luz lunar, llega a inquietarte. Solo el
canto de los grillos y otros misteriosos sonidos, de cuyos animales
ni siquiera te atreverías a imaginar el aspecto, acompañan la suave
melodía que empiezas a silbar para tranquilizarte. Mientras tanto,
bajo la atenta mirada de las sombras nocturnas, el sueño comienza a
apoderarse de tus reflejos y piensas que quizá sería conveniente
encontrar un lugar donde pasar la noche...
Comentarios
Publicar un comentario