Nada jamás se detiene
Observo a la gente pasar a mi lado, como fantasmas dirigiéndose al
Paraíso. Todos miran hacia adelante, siguiendo un punto entre la
niebla o el humo. Y yo observo, pero miro hacia adentro, y siento
durante un instante ese crepitar de la sangre. El pulso se acelera,
porque todo (la gente, el árbol, la tierra seca, la brisa repentina,
un rayo de sol sobre mi brazo, la hoja en la que escribo,...), todo
parece tener un color, un sentido.
Todo se mueve hacia algún sitio;
incluso la hierba busca su sustento. Y nosotros nos movemos, aún
estando quietos. El tiempo arrastra consigo la vida, la levanta, la
impulsa y la detiene, pero nunca cesa.
Manos entrelazadas, un beso bajo el
semáforo, dos perros jugando felices entre los arbustos. Hay gente
que ansía el dinero, otros buscan la comodidad o la salvación;
otros, amar o ser amados, alguien a quien proteger o alguien que les
de consuelo. Unos bucean en el conocimiento, y la verdad, y otros
siguen el impulso: la idea, suya o no, y hacen lo que se supone o se
espera que deben hacer.
Y mientras tanto yo, a la espera,
sentado en mi trono invisible, escalo montañas, atravieso ciénagas
y valles, descubro nuevos mundos y sobrevivo a los huracanes.
Cualquiera diría que evito la vida, que huyo de la acción y me
refugio en la fantasía; donde todo es posible, donde no hay que
decidir nada y no existe el fracaso, porque nada acaba y todo puede
empezar. No les quitaría razón. Pero, a veces, hallo más vida, más
luz y más identidad en mi burbuja, donde nada me daña: ni el grito,
ni la sospecha, ni las cadenas, ni el barro.
Un chico le revuelve el pelo a un niño
que juega a su lado. Una pareja de ancianos pasea sonriente y se
abraza entre la prisa. Dos adolescentes se pelean entre risas,
aguijoneados por el deseo. Y alrededor, la trampa. Una celda
ciclópea, casi divina, cuyos límites nunca se divisan. Una prisión
con edificios, centros comerciales, playas y cruceros, vacaciones
pagadas, médicos, abogados y psicólogos, tribus y tribunales,
normas y revoluciones, y ventanas que dan a otras ventanas que dan al
mar. Pero al que sabe de esos límites, aún pudiendo hacer todo, no
hace en realidad nada, porque todo se antoja infinito. Falso,
efímero, insignificante e innecesario.
Muevo mis pies dormidos. Respiro.
Los barrotes fueron forjados por
otros...¿Y no soy yo acaso otro a los ojos de los demás? La vida no
es alegría o pena, sino lucha, deseo, camino. Creemos que avanzamos
hacia una catarsis de la Historia, pero corremos, el viento de
frente, desprendiéndonos de la carne, arrancándonos la piel,
desechando alternativas a la velocidad de la sinapsis. Las lágrimas
se evaporan y, a veces, nos sorprende una sonrisa, cuando cortamos la
cuerda atada a nuestra cintura y todos los recuerdos en forma de
yunque caen al suelo tras nuestras huellas, y nos quedamos desnudos,
y eternos. Envidiamos la sencillez incomprensible y la buscamos,
ávidos de paz. Mataríamos por ella. Un ejército de hombres sabios
y pacientes, destruyendo a su paso todo lo que no pueden entender, lo
que temen y a lo que aspiran.
No nací para dar respuestas. La
física y la poesía buscan lo mismo, cada vez que el sol se pone y
Zeus o el Relámpago alumbran la noche letal. El fuego ahuyenta a los
espíritus, y al frío. La lanza desgarra una vida para dar alimento
a un recién nacido, y los números humanos clasifican realidades que
nos contienen y se ríen de nosotros. Pienso, luego existo, luego
pienso, y cuando el amor y el conocimiento, cueva y hoguera, intentan
atraparme; cuando soy canto de moneda y levito impávido entre tres
coordenadas, acudo a Mí: al Nudo en la Garganta, al Pinchazo en el
Estómago, al Abrazo, a la Piel de Gallina, al Agua entre los Dedos.
Cuando todo se mueve, yo canto. Porque
no nací para liderar voces, ni custodiar cofres, ni nombrar átomos.
Estoy aquí para ser espejo, pregunta incómoda, mirada expectante.
No soy mío y me sobran los huesos, la memoria y hasta el nombre me
asfixia. Soy dinamo de muerte y vida, de ser y no ser, estar y
parecer, lo que hicieron de mí y en lo que me quiero convertir. Soy
el corazón sangrante que late tras la vitrina, el libro que aún no
se ha escrito, la tormenta sin barco. Soy el beso dulce sobre la
almohada, el pelo mojado bajo la lluvia, ala y tornillo, cumbre y
ceniza, puerta entreabierta, charco y estallido. Soy la potencia y la
arcilla, el puño apretado.
Y nada jamás se detiene.
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