El parque

    
    Llovía. Eso podía afirmarlo con rotundidad, con tanta seguridad como le permitía su atrofiada capacidad de razonar. Llovía mucho. Eso le llenaba de orgullo, porque sabía que llovía porque él estaba allí, sentado en aquel banco salido de un cuadro de algún pintor parisino con sombrero de copa. Él podía controlar el tiempo; si él quería, podía hacer que lloviera, que nevara, que cayeran rayos y relámpagos y truenos sin compasión sobre los pobres mortales del planeta Tierra. Él era DIOS. ¡Vaya si lo era! La gente, tarde o temprano, se daría cuenta de esa inevitable situación, y se alegraría de tenerle a ÉL como Dios, y no a cualquier otro pardillo mediocre sin cerebro ni agallas que se compra la misma televisión que el vecino.

    Helder pensaba en todo esto cuando se dio cuenta de que las letras del periódico ya eran ilegibles. La lluvia era cada vez más fuerte, y era implacable: nada ni nadie que estuviera debajo podría salvarse de quedar empapado. Miró a su alrededor y, de hecho, se dio cuenta de que estaba completamente solo. El parque estaba envuelto en esa especie de vapor que convierte el paisaje urbano en una inmensa sauna sueca, sólo que allí no había suecos, ni toallas, ni vergüenzas. Había luces amarillas entre la niebla, y voces apagadas en la lejanía, y algún bocinazo ocasional.

    Se embozó en el abrigo y dejó el diario doblado a un lado. Pensó que era tarde. Pero, ¿tarde para qué? Nadie le esperaba en casa, ni tenía una oficina donde pasar la noche como en las películas de divorcios, ni conocía a un amigo lo suficientemente temerario como para aceptar tomar una copa con él. Soy un marrón con patas, pensó, y tenía razón. ¿A dónde iban los tipos como él en días como aquel? ¿Existiría un lugar donde se reunían todos los desgraciados los días de lluvia para compartir su Destino? Suicidio en masa, vorágine de horror, cataclismos mentales, pero también calor humano y ...ufano, por ejemplo. Botellas de butano. Mengano. Fulano, o sea, ano inglés lleno hasta los topes. Ya empezaba a desvariar cuando algo a su izquierda le llamó la atención. Un papel bajó del autobús del Fuerte Viento y dejó las maletas justo a los pies de Helder, justo a su izquierda. Había algo escrito. Su conocida Vocecilla Interior le aconsejó inmediatamente que lo dejara allí donde lo había encontrado, que hiciera caso omiso de aquellas señales y siguiera siendo él. Pero Helder cada vez hacia menos caso de su Vocecilla, porque cada vez más quería dejar de ser Él. Se lo pedían sus manos, su mente, y su sexo. Todo su cuerpo se estremecía de arriba abajo cada vez que encontraba ante Él una clara oportunidad de huir de Sí Mismo.

    Eran letras rojas, y aunque el papel estaba mojado, parecía que el mensaje se resistía a morir. Su última misión era acabar en manos de aquel hombre insignificante y ridículo. Y la cumplió. Helder lo recogió del suelo en un verdadero acto heroico y lo desplegó. El mensaje decía lo siguiente: 


NO HAY MAYOR REBELDÍA 
QUE SER UNO MISMO

Comentarios

  1. La última frase del relato me parece súper acertada. Hay que ser muy valiente y rebelde para vivir la vida de forma que te haga feliz ya que siempre habrá alguien que querrá ponerte límites.

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