Presión


    La presión aumenta. Es el ruido de miles de conciencias prisioneras de una entelequia. La marea de almas que lucha por su cordura, aunque incluso sanos seguiría imbatida la enfermedad. 

    Hoy golpeé sin querer a alguien. La atropellé. Le pedí disculpas y busqué sus ojos. No levantó la mirada. No dijo ni una palabra. Me asusté. Paranoia o no, el mundo humano es hostil. No veo felicidad en los rostros y, maldita sea, sé que existe la gente feliz. ¿Me he vuelto tan cínico que hasta las muestras de alegría me parecen fingidas? Yo he sido feliz, y me explico. He sentido ganas de vivir. Levantarme cada día era una nueva oportunidad de aprender, amar, luchar. Pero ahora sólo sueño, a veces ni eso. Hasta la tarea más cotidiana se me antoja difícil de abordar. Sin duda estoy deprimido, pero porque sé que he derrochado mis últimos años de vida. Toda mi energía, mi ilusión, mi impulso vital, lo he utilizado en el proyecto y en las personas equivocadas. Y ahora dudo siquiera de que esa fuerza exista. Siempre dije que el amor es inagotable, porque es una capacidad, una habilidad, que también se aprende. Durante estos años de mi vida he amado y desamado, y en ocasiones me he sentido como el único ser con conciencia en la Tierra, pues ni siquiera me amaba a mí mismo. No me conocía. Reconozco que no me reconozco. Me he perdido en una quimera, tratando de vivir un sueño que no era mío y que acabaría en el momento en que Él despertase. Yo era el protagonista del Sueño, pero no su dueño. Y cada noche, cada año, intentaba reinterpretar lo que me era dado, para elegir, sentirme libre e importante. Pero era una seguridad cautiva y mis manos tejían tapices de polvo. Soy un mito en busca de su palacio onírico, un personaje sin cuento, un Dios sin Mundo. Átomo asustado en el vacío, intentando imaginar la materia.

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