Pánico en libertad
Sentí pánico.
No era un miedo intenso, no: éste puede controlarse. Pero el pánico te controla a ti, pierdes tu libertad, te conviertes en un títere, un ser insignificante encerrado en un cubo de cristal insonorizado. Te arde el corazón, te cosquillean las manos, se te nubla la vista y lo percibes todo a tu alrededor como en un sueño: intangible, contingente, despedazado. Tus sentidos se derraman hacia el interior, hacia lo profundo, y notas cada gota de sangre golpeando tus arterias, como una estampida. Tu garganta se cierra, para que no grites, todo tú una bomba nuclear, contenido, esclavizado, irreal.
¿Que qué es sentirse libre? Saber con absoluto convencimiento que no hay nada ni nadie que pueda controlar tus decisiones o tus actos. Que no haya nadie sobre ti, con poder suficiente para manejar los hilos. Que abrazas la responsabilidad absoluta: todas y cada una de tus acciones las decides tú, por tu propia voluntad, superando la causa y el efecto. Eso es la maldita libertad.
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