Ser y estar
Últimamente me he dado cuenta de que cada vez tenemos más prejuicios. Y no me refiero a los "clásicos" prejuicios, sino a la actitud en sí, a prejuzgar. Nos relacionamos más mediante Facebook y Whatsapp y menos de tú a tú, y eso nos lleva a la opinión inmediata, a la presuposición, a una apariencia de profundidad. Y eso no ocurre sólo con la gente desconocida: a veces son los amigos a los que uno menos tiempo les dedica, porque da por hecho que están ahí y seguirán estando.
La gente cambia, las vivencias le cambian a uno y uno también toma decisiones que cambian su vida. Y no siempre se comparten, cada vez menos. Resulta muy frustrante dedicar tu vida a buscar la verdad y la felicidad (la de uno, la que a uno le hace feliz), sentir que luchas día tras día por mantener las ilusiones, por no sucumbir al tedio y a la resignación, por ser tú mismo en un sentido trascendente, y que haya gente que se empeñe en mantenerte encadenado al Yo que les resulta más cómodo, más familiar, más manejable en sus mentes. Todo consejo, aunque sea bienintencionado, debería sustituirse por una pregunta. Cambiar un "no será para tanto" por "¿Por qué te sientes tan mal?" requiere más altruísmo por nuestra parte, pero es mil veces más satisfactorio, porque escuchamos, aprendemos y conocemos de verdad al otro.
Y muchas veces nuestro propio lenguaje es el culpable y nosotros mismos lo consentimos. Tendemos a clasificar a los demás según su profesión, su género, su edad, sus aficiones, su orientación afectiva, sexual y emocional, sus gustos musicales, su religión. Decir que alguien es moro o beato, cuarentón o niñato, friki o normal, maricón o un hombre como los de antes, hombre o mujer, casado o putón, teleoperador o persona de éxito...nos encanta. Nos gusta el control, el orden y sentir que nuestra vida es mejor que la del vecino, aún entrándonos ganas de llorar cada vez que pensamos en lo poco que se parece a lo que habíamos imaginado. Nos cuesta admitir haber luchado por algo durante toda nuestra vida que pensábamos que nos haría más felices y que, una vez lo hemos conseguido, se nos antoja a destiempo, banal y esclavizante. O, peor aún: meramente satisfactorio.
Pero algunos no llegamos hasta aquí para conformarnos. No me basta con amar a medias, ni ser yo mismo a medias, ni sentirme eternamente a la deriva entre los fantasmas del pasado y las fantasías del futuro. No me basta con ir tirando, ni con definirme, ni tengo la más mínima intención de vivir en dos dimensiones, atrapado en una foto que los demás hayan elegido, con una descripción que me haga más comprensible. No me leas, interprétame; no me compadezcas, compréndeme; y si me quieres, quiéreme libre.
A veces vemos el escenario y no nos fijamos en los actores. La misma vida, para alguien, puede ser todo un reto, y para otro un verdadero infierno. Vemos la vida de los demás en blanco y negro cuando basta un poco de luz para ver los colores. Pretendemos saber más de la vida de los demás que de la nuestra: y hay tantos matices, tantos secretos, tantas lágrimas en silencio, tantas caricias no expresadas, tantas noches de insomnio, tantos deseos y pensamientos, tantas ganas de vivir que no compartimos, que medir a una persona por su título es como quemar un libro sin haber leído la primera página.
Mi vida no ha sido ni mejor ni peor que la de cualquier otro, pero es en la que he vivido, y lo he hecho lo mejor posible. Me hice responsable de ella, de mí mismo, y supe desde pronto que lo que no hiciera yo no lo harían los demás por mí. Que si yo no decidía y arriesgaba y fracasaba y lo volvía a intentar, otros decidirían por mí. He consentido algunas cosas y he dejado que otros disfrutaran de su sentimiento de superioridad, que pensaran que yo no era "más que esto, eso y aquello", mientras yo luchaba contra el Yo que me habían enseñado a ser, tan lejos de Mí Mismo. Muchas vece callé, otras protesté, pero siempre, al final, me salvó la condescendencia. Amar a los demás en aquello en lo que se dejan amar, y seguir mi camino cuando me enseñan los grilletes.
Y es por eso que estoy tan agradecido y me siento tan afortunado de que aún haya gente en mi vida que sepa quién soy realmente y que me lo recuerde, gente a la que miro a los ojos y me devuelve la mirada, que conoce mis cielos y mis Hades, que confía en mí más de lo que yo confío en mí mismo. Que no quiere para mí otra vida que no sea la que yo mismo deseo, que está llena de abrazos, dragones y esfuerzo.
Queda casi todo por hacer y casi nada por perdonar.
Comentarios
Publicar un comentario